Estamos en estado de guerra. Pero no todo el mundo lo sabe, porque la
esencia de esta nueva modalidad bélica consiste en que el atacado no se
percate de las violentas agresiones que recibe. Pero, aún más, la inteligencia
del invasor-estratega es tal que ha logrado que muchos acepten e incluso
deseen que se consuma la conquista. Puede sonar extraño y paradójico. Y lo
es. Ocurre así porque una de las principales características de esta guerra que
sufrimos desde hace décadas es el concepto de «inversión». Todos los
valores, todas las percepciones, todos los comportamientos y procesos están
siendo invertidos, hasta el extremo de que el esclavo vive cómodo en su
estado de esclavitud.
Básicamente, una guerra es la conquista de un territorio. Invadir, ocupar,
asediar constantemente para penetrar hasta la totalidad más profunda de un
Estado, de una nación o de una región para robar las riquezas y propiedades
de sus habitantes, para usurpar el poder de cada una de las personas
soberanas que con su esfuerzo y el de sus ancestros han construido día a día
su hogar, han preservado sus costumbres y han alumbrado a sus dioses. Pero
ahora el invasor te exige tributos económicos. Tu sudor, tu sacrificio y tus
amaneceres tienen dueño.
En esta guerra, los agresores pretenden apropiarse de todos los bienes de
la Tierra: del agua que baja de las montañas, de los mares, de los bosques,
del sol… Incluso el aire que respiras ahora tiene un precio.
Pero el buen tirano no se conforma con los bienes físicos, tangibles,
terrenales. Intenciones aviesas, perversas e infames lo alimentan. El
conquistador tiene ansias de destrucción. Quiere derribar la civilización de
los conquistados y entrar en su territorio espiritual. Para que su triunfo sea
total ha de imponer una nueva civilización: la suya. Cuando de conquistador
del territorio pase a dominador ideológico de las almas, convirtiendo en
esclavos culturales a quienes antes eran libres de su dominio, habrá vencido.
Y así, con la imposición de la cultura invasora, el nuevo tirano prohíbe tus
creencias, tus valores y tus dioses. Te exige que le adores si quieres vivir. Él
ansía ser tu dios omnipotente, tu divinidad suprema, tu ídolo universal. Es un
déspota absolutista. Es el usurpador de un poder que no le pertenece, de un
poder que es únicamente tuyo. Como buen psicópata, le obsesiona imponerte
sus sentimientos para que seas digno hijo suyo, un esclavo esculpido a su
imagen y semejanza. El padre supremo va a dictarte a quién es correcto que
ames y a quién debes odiar.
Y, para conseguirlo, cual serpiente que se arrastra silenciosa entre la
maleza, envía a sus huestes a las escuelas para adoctrinar y domesticar a los
niños. Sus legiones han entrado en tu casa desde la pantalla de tu televisor
para mostrarte un psicomundo que te confunda y turbe tu espíritu. Los
usurpadores de ese poder que te pertenece no dejan nada al azar. No quieren
que seas libre, no quieren que sueñes con la existencia de otro mundo que no
sea el que te muestran. Conocimiento, sabiduría y libertad son palabras
malditas para ellos. Y están ardiendo en las hogueras de la Tierra.
Vuelve una nueva época de tiranía, como la que vivimos en Europa e
Hispanoamérica en el siglo XX . Para triunfar en esta colonización imperial,
las armas de guerra han cambiado. El principal objetivo de los nuevos
déspotas es que no seas consciente de que te están haciendo la guerra.
El endeudamiento, el miedo, las mentiras, la ignorancia, la propaganda, la
desinformación, los gobernantes títeres de poderes oscuros, la ruina, el paro,
las crisis, el estrés emocional, el cierre de empresas, los suicidios, la
desmoralización, la «táctica de la pandemia», el genocidio, las armas
biológicas, el abuso policial, el psicoescenario, la muerte, el Gran Reinicio…
¡ BIENVENIDOS A LA TERCERA GUERRA MUNDIAL!
Es esta una guerra total que se sucede en varios campos de batalla: el
frente psicológico, el cultural, el sentimental, el geoeconómico y el
geopolítico. Son ataques sincronizados. Para ganar esta guerra, tus enemigos
han ido actuando de modo gradual, por fases, y la primera ha consistido en
adueñarse de las industrias culturales y del sistema de comunicación global.
Una vez que los núcleos de gestión de la comunicación están en sus manos,
el conocimiento y la cultura —los centros neurálgicos de las relaciones
sociales— tienen la capacidad de condicionar tus valores, es decir, aquello
en lo que crees y defiendes tanto en el plano individual como en el
comunitario.
Los gobernantes se han convertido en títeres no solo del poder financiero filantrópico, sino de una fuerza invisible que no sería nada y se mantendría
en el limbo si ellos no le diesen su aliento de vida: el Mal. Son los sacerdotes
del nuevo templo de la infamia.
Los usurpadores de ese poder que, repito, te pertenece —tu libertad, tu
sentimiento, tu comprensión, tu existir, tu amor, tu libre albedrío— han
calculado a la perfección cómo deben actuar. Pero hay una niña de ocho años
llamada Pandora [1] que guarda un gran secreto en el fondo de una caja
fabricada con la madera del Árbol Sagrado. Su caja está hecha con el
material de las tormentas. Y el tesoro que custodia es el elemento que los
sátrapas quieren destruir. Si lo consiguen, habrán vencido.
Si la mentira es el arma principal de los tiranos, en esta guerra no hay
arma más poderosa que la Verdad. Pero hay otra arma con la que podemos
atacar y es la que guarda Pandora en el fondo de su caja. Quienes no
conocen su nombre no podrán utilizarla. Y quienes lo saben ya están
salvados. El nombre de esta arma es ESPERANZA y desde los orígenes del mundo ha sido un bastión de fortaleza para la humanidad.
La Tercera Guerra Mundial persigue que el 1 % de los individuos domine
al 99 % restante. La geoestrategia de esa minoría, que concibe las relaciones
sociales en términos de dominadores y dominados, es convencerte —a ti y a
todos— de que su nuevo «mundo feliz» es la mejor y única opción. Su
objetivo es fascinarte, seducirte, atraparte en sus telas de araña, y para ello
despliegan una legión de tropas que disparan sus armas en los medios de
comunicación, editoriales, películas, discográficas, academias,
universidades, think tanks, laboratorios de dinámicas sociales… Desde allí
trabajan para construir y difundir un único discurso con el fin de que su
dominación no solo sea aceptada, sino aplaudida.
La Tercera Guerra Mundial es un plan completo y total para someterte sin
disparar una sola bala de metralla. Y el campo de batalla en el que se
desarrolla el combate principal se encuentra en tu mente y en tu alma. ¡Buen
combate a todos!
PRIMERA PARTE
DIARIO DE GUERRA
Hay una guerra en marcha y el campo de batalla es tu mente.
Y el objetivo es tu alma. Así que id con cuidado.
PRINCE
«¡ LA HUMANIDAD SE HA VUELTO LOCA!»
Queridos padres: estoy acostado en el campo de batalla
y tengo una bala en el vientre. Creo que me estoy muriendo [2] .
JOHANNES HAS
P rimavera de 1916, Primera Guerra Mundial. En el campo de batalla de
Verdún (noroeste de Francia), los jóvenes e idealistas soldados comparten
trincheras con las ratas, las cucarachas y la confusión. La lluvia y la
metralla han convertido el bosque y las colinas verdes en un lodazal donde
los huesos y los cadáveres descompuestos han transformado la arcilla y la
madera astillada de los árboles en un nuevo material orgánico difícil de
calificar. Sus uniformes andrajosos, carcomidos por el barro, la sangre
ennegrecida y el lacerante frío, ya no logran sostener la ficción de que son
héroes. En esta tragedia mal urdida hay instantes de un no retorno cada vez
más profundo en los que la ilusión de heroicidad (desfigurada) se
resquebraja en sus mentes. El siniestro lugar de su existencia es un vapor de
niebla roja ante sus ojos, tan informe y fracturado como la pesadilla de un
cuadro expresionista en el que las ánimas de sus compañeros muertos les
susurran angustias en las noches de mal sueño.
¿Qué extraño encantamiento los ha llevado hasta allí? De repente, a un
paso del epicentro de sus vidas cotidianas, joviales, alegres y
despreocupadas, se abrió de par en par una puerta que los condujo al
infierno. Qué rápido sucedió todo. ¿Cómo ha sido posible? Ayer fumaban y
reían en las tabernas parisinas intentando seducir a las mujeres de sus
sueños; hoy les escriben cartas a la luz exhausta de una vela aceitosa
prometiéndoles el regreso feliz a su normalidad prebélica. Pero huelen que
apestan, a muerte y a sudor renegrido. Les tiembla el pulso. No saben si
volverán a casa algún día. Tal vez… A fin de cuentas, ¿quién conoce sus
destinos?
Sus vidas están ahora en manos del «Carnicero». Ese es el nombre con el
que pasará a la historia el general francés Charles Marie Emmanuel Mangin
por utilizar a los soldados de artillería como carne de cañón, por lanzarlos a
la carrera, casi a pecho descubierto, para gastar la munición de los «Gran
Berta», esos cañones alemanes contra los que el ridículo fusil que los
jóvenes combatientes llevan en sus manos poco o nada puede hacer. Las
fauces de los dragones infernales vomitan fuego frente a ellos.
El 10 de abril de 1916, el capitán Cochin describió en una carta los
primeros días del asalto: «Llegué allí con ciento setenta y cinco hombres;
he regresado con treinta y cuatro, varios de ellos enloquecidos».
A las 11:00 horas del día 11 del mes 11 de 1918 entró en vigor el
Armisticio de Compiègne, que finiquitaba el combate por tierra, mar y aire
entre los Aliados y el Imperio alemán.
El 18 de diciembre de 1916, pocos días antes de Navidad, los cañones de
Verdún dejaron de escupir muerte y enmudecieron. El Mal se cobró un
precio soberbio en esta mítica batalla, la más larga y mortífera de la Gran
Guerra. El Mal no tuvo favoritismos de nacionalidad y la muerte se repartió
a partes iguales entre los jóvenes franceses y alemanes: en total, setecientas
mil bajas [3] .
Durante sus paseos por las calles de París, vestido con su uniforme de
gala, el «Carnicero» se jactaba de haber vencido en la batalla de Verdún,
pero en cada esquina los cuchicheos cobraban vida para contar que los
soldados lo repudiaban de tal manera que era el único general francés al que
ningún veterano se le acercaba para estrecharle la mano [4] . El «Carnicero»
nunca reconoció que hubo varios intentos de motín [5] ni que unos soldados
que intentaron desertar y huir a España fueron capturados y fusilados en el
mismo frente tras sentencia marcial…
Han pasado cien años y estoy viendo la tele en el salón de mi casa. La
secuencia de uno de tantos documentales que narran el trágico combate
queda impresa en mi mente y, a lo largo de estos meses, la he evocado de
forma reiterada. La escena me impacta casi tanto como a los soldados,
cuyos ojos y gestos indican que vagan desnortados. Después de diez meses
de lucha en Verdún, los jóvenes de este relato mal urdido volvieron a casa, a
París. Pero la ciudad ya no era la misma. Ellos tampoco. Cuando se
desciende al infierno, las percepciones cambian y el contraste entre las
penurias del campo de combate y la algarabía de las calles parisinas
provoca un terrible desconcierto. Ellos habían arriesgado sus vidas
malcomiendo ratas mientras, en la capital, las mujeres aseadas, bellas y
elegantes entraban y salían de las pastelerías y las sombrererías, enfrascadas
en el consumo y la despreocupación, como si la guerra no fuera con ellas,
ajenas al dolor del despropósito, a las condiciones miserables y humillantes
que todos esos jóvenes soldados habían soportado en el frente. Del
inframundo traían grabados a fuego en sus almas los rostros de los
cadáveres de sus compañeros, sus gestos contraídos por el terror y el dolor
con los que les recibió el can Cerbero en la orilla de la muerte. Pero ahora
tenían frente a ellos los rostros risueños, los cafés atestados de gente, el
glamur de los vestidos sedosos, los sombreros de copa de los caballeros, los
escaparates de las boutiques, el tranvía, los periódicos, los niños mocosos y
traviesos de pantalón corto… «¿Por quiénes hemos perdido la vida? —se
preguntaban los soldados—. ¿Qué tipo de sociedad estamos defendiendo?
¿Qué clase de humanidad puede estar haciendo esto?».
Un teniente francés que combatía en Verdún escribió en su diario (23 de
mayo de 1916): «¡La humanidad se ha vuelto loca! Debe de estar loca por
hacer lo que está haciendo. ¡Qué masacre! ¡Qué escenas de horror y
carnicería! No puedo encontrar palabras para traducir mis impresiones. El
infierno no puede ser tan terrible. ¡Los hombres están locos!» [6] .
La humanidad está loca y los soldados enloquecieron. Por todas partes,
restos humanos desconcertados deambulan por París sin hallar un lugar en
el que reposar sus almas, buscando en algún rincón las respuestas a los
cientos de porqués que les taladran el cerebro y el corazón. ¿Héroes? ¿De
qué? Hace tiempo que viven en el infierno y saben que nunca saldrán de
allí, que no habrá un futuro para ellos, que no habrá descanso para sus
espíritus traumatizados. Fue así como una «Nueva Normalidad» llegó con
el fin de la Gran Guerra.
«Esto no es paz, es tan solo una tregua de veinte años», profetizó el
secretario de Exteriores británico, lord Nathaniel Curzon, uno de los
delegados del Tratado de Versalles. En su opinión, esa fragilidad
configuraba el marco idóneo para una nueva guerra a la que puso fecha. La
Segunda Guerra Mundial comenzó en 1939, justo dos décadas después.
EL IMAGINARIO COLECTIVO DE LA GUERRA
E l 21 de febrero de 1916 llovieron del cielo más de un millón de obuses
que sembraron la tierra francesa de cráteres:las trincheras se hundieron bajo
los cuerpos de los soldados que, en cuestión de microsegundos, fueron
absorbidos y sepultados por el barro. Y eso solo durante el primero de los
trescientos dos días que duró la batalla.
Según fuentes oficiales, el 11 de junio de 2021, la COVID-19 había
matado a más de 3,8 millones de personas en todo el planeta.
El imaginario colectivo nos lleva a creer que la guerra es la batalla de
Verdún o la de Berlín, la última de la Segunda Guerra Mundial. Cuando nos
hablan de guerras pensamos en ciudades arrasadas por las bombas aéreas. O
incluso en la guerra de guerrillas de las FARC, en Colombia, o de Sendero
Luminoso, en Perú. O traemos a nuestras mentes imágenes de Irak mientras
se desplomaba la gran efigie de Sadam Husein, la icónica mole de bronce
de doce metros de altura de la plaza Firdos de Bagdad, símbolo de un
dictador que caía para ser sustituido por una coalición de dictadores [7] .
Muchos no comprenden aún en qué consisten las guerras contemporáneas
porque no las han visto en la televisión ni en una serie de Netflix. Nos han
acostumbrado a que el televisor y la pantalla del móvil sean las ventanas
por las que nos asomamos al mundo, olvidándonos de que esas máquinas
bélicas son los nuevos «Gran Berta», que ahora escupen imágenes y que,
como los famosos cañones alemanes, tienen dueños. Son ellos quienes nos
muestran el mundo que quieren que veamos. La televisión apresa a los
inermes en la caverna de Platón, de tal manera que no ven cómo son las
nuevas armas de esta guerra, quiénes las disparan y quiénes las fabrican.
Una tormenta solo se observa en su plenitud si la miras desde fuera. Cuando
te cae encima, estás tan mojada y helada que ni siquiera puedes abrir los
ojos.
Hace unos meses, entre los comentarios que recibí tras dar una entrevista
en un medio digital, encontré este de Regina:
Hola, estoy desesperada, llevo todo esto fatal. En el instituto de mi hijo el director llama a los
alumnos «asesinos de abuelos». Esto es inaceptable, pero no podemos hacer nada, a la mínima
toman medidas de abuso de poder.
Las medidas y los protocolos adoptados tras la aparición de la COVID-19
no han sido diseñados para curar, sino para matar a la población,
especialmente a los ancianos. Al aislarlos de sus familias les han extirpado
la ilusión de vivir. Una acción que en términos bélicos se llama «hundir la
moral del enemigo». Después les inocularon las vacunas aprobadas en
situación «de emergencia», sin pasar por el período apropiado de testeo e
investigación, usándolos como conejillos de indias. Estas vacunas
provocaron «brotes» de contagios en residencias. Y más muertes. Pero los
laboratorios exigieron inmunidad por contrato, para así quedar exentos de
responsabilidad ante posibles efectos secundarios, amparándose en que la
urgencia no les permitía testarlas adecuadamente. ¿Quiénes necesitaban las
vacunas para salir de este laberinto? Los que lo habían construido.
Intervenciones médicas que han sido muy beneficiosas para animales y
humanos en el pasado ahora son utilizadas como armas letales que generan
un gran negocio a los verdugos.
Hoy, como ayer, hay personas inconscientes, personas que, como
aquellas damas y caballeros parisinos, ignoran que estamos en plena guerra,
ya sea porque no estaban en el frente, ya sea porque, como sucede
actualmente, desconocen que las armas han cambiado. Los cañones han
sido sustituidos por bombas de desinformación, de odio y de mentiras. En
realidad, los cañones de hoy son los modernos aparatos de televisión que
reinan en los salones de nuestras casas. Los aviones que lanzaron obuses
son esos teléfonos con los que escuchamos la radio o leemos los periódicos
digitales. De ese modo compartimos y usamos esos nuevos proyectiles que
escupen metralla mental y espiritual. Hoy las balas son las palabras que
llegan a nuestro cerebro activando el miedo y el odio contra el bando
enemigo, que es el que unos pocos han decidido que sea.
Es tecnoterrorismo de datos en una guerra de vanguardia. Hoy los
«carniceros» son los políticos y los periodistas, los científicos y los médicos
«oficiales», los intelectuales orgánicos al servicio de las élites que
manipulan el modelo de vida para implantar su «Gran Reinicio». Estos son
los soldados, los generales —que obedecen a un líder supremo— a los que
has entregado tu confianza y que te piden que les des tu mayor tesoro: tu
libertad, tu pensamiento, tu amor. Tu propia vida y la de los tuyos. Y lo
haces mientras te acomodan en la butaca que te han reservado en el
infierno. Y todo esto te parece normal. Sí, te hablo a ti, colaboracionista de
guerra. A ti, inconsciente, que has cerrado los ojos y estás ciego. Y atacas a
quienes quieren advertirte del peligro.
La sumisión es voluntaria, pero le precede una campaña de sugestión
dirigida a que elijas someterte . Crees que la elección es libre, pero en
realidad se trata de una elección condicionada por la información que
ofrecen de forma masiva los medios de comunicación y las impresiones que
estos han grabado en tu espíritu, en tus amores y en tus odios, en tu forma
de vivir. Cada ser humano elije a qué amo se somete. El tirano somete al
pueblo con la colaboración de la mitad del pueblo [8] .
¿Es maldad o involución? Las dos. Desde un punto de vista metafísico,
están conectadas. La maldad es incomprensible y, por tanto, inaceptable e
inasumible. A pesar de que conozco las tácticas que emplean esos amos del
mundo que intentan dirigir nuestras vidas —y entiendo sus mecanismos, los
describo, los expongo y los denuncio—, me resulta difícil comprender por
qué hay tantas personas que no ven el Mal. Lo tienen delante, pero no lo
ven. Giran la cabeza, cierran los ojos, aluden a mil y un argumentos
peregrinos para seguir creyendo que los políticos, los famosos, la ONU y
los filántropos hacen lo que hacen por su bien, para cuidarlas. No puedo
entender qué les ocurre. ¿Acaso creen que el Mal ha desaparecido de la faz
de la Tierra?
El bien y el mal son conceptos básicos y esenciales. Nos lo enseñan
nuestras abuelas en casa. Nadie necesita saber quiénes son los dueños de las
farmacéuticas o de los medios de comunicación para sentir la presencia del
mal cuando llama a la puerta. Y no solo le has abierto, sino que le has
concedido un espacio esencial en tu ser, en tu hogar. Confías en el mal, lo
defiendes, lo metes contigo en la cama, le preparas tu mejor comida y haces
lo que te pide sin preguntarle nada. Te dice que le pongas un trozo de trapo
en la boca a tu hija y se lo pones, te pide que vacunes a tu padre anciano y
lo haces. Tu madre se contagia de COVID-19 tras vacunarse y exclamas:
«¡Pues menos mal que se ha vacunado, porque si no habría sido peor!»…
Siempre tienes preparada una justificación para el Mal. Tu verdadera
enfermedad es no cuestionarte nada. ¿Acaso eres una marioneta de madera,
un muñeco de trapo?
Por eso escribo este libro, porque quiero compartir contigo el significado
«oculto» de esa realidad que estás aceptando sin cuestionarla. En las
siguientes páginas verás cómo nos manipulan desde lo más inconsciente —
lo han hecho durante décadas— y de qué modo utilizan esa nueva arma de
destrucción que es la desinformación disfrazada de «información oficial».
Y todo con un único objetivo: la dominación global. Porque esta vez vienen
a por todas. No se conforman con ganar la Tierra y tu espíritu. Quieren
adueñarse del alma de todos, del alma colectiva, la que hace que una
bandada de pájaros emigre en vuelo coordinado. Esa alma colectiva que
hace que una colmena funcione con precisión.
¿ HEMOS OLVIDADO LOS ORÍGENES?
B ajo el plomizo cielo de la implacable fatalidad decretada por unos dioses
caprichosos y arbitrarios, la humanidad griega es una niña cuya mente, pese
a estar iluminada por la Filosofía, se siente incapacitada para matar a los
seres supremos. Teme acceder a las profundidades de la caverna porque las
imágenes de los demonios proyectadas en la roca le causan pavor.
En el viaje de la evolución humana, los griegos lo aprendieron todo y lo
olvidaron todo. Matizo: olvidaron los orígenes. Durante un instante eterno
permanecieron bloqueados, incapacitados para continuar. «¿Hacia dónde
vamos ahora?», preguntaron al oráculo de Delfos, que les respondió con su
propio eco: «¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy?».
—¡Revélanos al menos de dónde vinimos!
Y el eco del oráculo resonó más fuerte, como un trueno de Zeus
desorientado en el inmenso Cosmos.
—Cuando se es mortal —clamó Eurípides— hay que soportar las
exigencias de los dioses.
—¿Por qué hemos de seguir soportando esta tiranía? —se lamentó Teseo
al no encontrar el hilo de Ariadna en el laberinto de la mente.
—Ya habéis crecido lo suficiente para independizaros por completo de
las madres y los padres del Cielo. Pero no sois capaces de encontrar la
valentía para hacerlo —habló la Pitia.
—La vida es un regalo fatal de los dioses. Todo lo importante es obra del
Alto Estrado. ¡Solo somos un juguete en sus manos! —clamó el coro de
Esquilo.
—¿Todo? ¿Es que acaso no ha llegado aún la hora de volar en libertad?
—se rebeló Prometeo.
—Tenéis demasiado miedo de tomar vuestras propias decisiones. Os da
pánico introduciros en el abismo y no saber regresar… —sentenció Atenea.
Pero ya era hora de independizarse y madurar. Los dioses les habían dado
los instrumentos necesarios para valerse por sí mismos. Había llegado el
momento de responsabilizarse de sus vidas y de enfrentarse a sus miedos
atávicos. Una vez que aprendieron a construir sus casas y a vender su
pescado, había llegado la hora de escribir su propia historia. Sin embargo,
los griegos argumentaban que el oráculo del destino se esforzaba en
malograr el avance y la plena independencia de la humanidad, de tal modo
que la civilización permanecería bajo el hechizo tutelar de sus celestiales
hermanos mayores. Y sus primos romanos perpetuaron el esquema. Sus
dioses eran los mismos, aunque acariciados por el sonido de las palabras de
su propia lengua y por la osadía de desobedecer [9] .
EL DIOS DE LA GUERRA
L a Segunda Guerra Mundial comenzó cuando finalizó la Primera y la
Tercera Guerra Mundial, en realidad, se inició al terminar la Segunda. En
2019, los nuevos señores de la guerra reactivaron su ofensiva final
accionando como arma una pandemia biológica y mediática. Y hoy estamos
en un frente de batalla tan mortífero y atroz como el de Verdún. La
diferencia es que ahora este campo de combate no es un bosque con colinas
transformado en lodazal por las bombas, sino el salón de nuestras casas, las
calles de nuestros pueblos y ciudades, las ventanas donde descorremos las
cortinas para observar, aun con el asombro irreverente ante el absurdo, las
plazas desiertas tras el toque de queda. Hoy muchos escaparates están
vacíos; los bares, los restaurantes y las pastelerías han sido obligados a
cerrar para siempre. Ahora nuestro país, nuestra nación, nuestras plazas, las
que se mantuvieron en pie y se enfrentaron a las hostilidades de la Bestia,
las que eligieron ir hacia delante gracias a la sangre roja y los huesos rotos
de los «soldados enloquecidos», se encuentran atrapadas en medio de una
guerra que se está cobrando la vida de millones de personas en el planeta y
perturbando la mente y el corazón de otras tantas.
Puedo percibir el dolor y la locura que dispersa el jinete apocalíptico de
la muerte en su galopar. Oigo un ruido punzante de espada perforando el
mundo… Y permanece latente, invisible, la futura cicatriz de una profunda
herida que hoy se ha abierto para enseñarnos las fauces del horror.
EL MONSTRUO HA REGRESADO
¿C ómo definirías la guerra? ¿Es posible contener la historia de la
humanidad en una sola palabra, en una única idea? Posiblemente habría
tantas descripciones como generales y cancilleres han pisado el planeta
Tierra. Y tantas como víctimas la han sufrido. ¿Alguna vez los humanos
entenderemos por qué hacemos la guerra?
Muchos lectores, amigos y familiares me transmiten en estos días
inciertos el mismo sentimiento. Mi prima Manme me preguntaba un día:
—¿Recuerdas, Cris, cuando los abuelos nos hablaban de la Guerra Civil?
—Sí, al abuelo Vicente siempre se le hacía un nudo en la garganta y
parecía que se iba a echar a llorar. Decía que era lo peor que había ocurrido
en España, porque se enfrentaron hermanos contra hermanos, hijos contra
padres y vecinos contra vecinos.
—Y eso que él lo vivió siendo un niño y no tuvo que ir al frente. ¿Y te
acuerdas de las historias que nos contaba la abuela Carmen?
—Claro. Una vez nos contó que una vecina avisó a su madre, nuestra
bisabuela Pepa, de que su hijo iría esa misma noche con un comando a
asesinar al bisabuelo Joaquín, o sea, a su padre. Pero dio la casualidad de
que aquella tarde murió el hijo de uno de sus trabajadores y le pidió el favor
de celebrar el velatorio en su casa. Así que, cuando el grupo de asesinos
llegó, se encontraron con un funeral. Y eso fue lo que les salvó.
—Y aun así intentaron matarlo otras muchas veces… Defendió su vida
gracias a su carácter y a su valentía.
—Sí, pero la guerra le marcó y, al final, acabó sus días renegando de
todas las ideologías y de los partidos políticos. Yo era muy niña cuando
murió el bisabuelo, pero me lo han contado las titas y mi madre.
—Debió de ser muy duro… Ahora me acuerdo mucho de cuando éramos
pequeñas.
—¿Por qué, prima?
—Porque decíamos que menos mal que nosotras nunca pasaríamos por
eso. Y mira ahora cómo estamos, en plena Tercera Guerra Mundial.
Sí, creo que todos albergábamos la esperanza de que jamás volvería a
ocurrir, que habíamos aprendido la lección. Entre el asombro, la
incredulidad y el miedo, vemos que el monstruo ha regresado. Pero ¿acaso
se marchó alguna vez? En realidad, tan solo permanecía agazapado, oculto
entre la algarabía de la terraza de un bar esperando el momento oportuno
para manifestarse, acechando a los niños en los parques y temblando por
escapar, al fin, de los pupitres de madera de las escuelas. Su aliento
putrefacto se colaba entre los anuncios de las vacaciones soñadas en un mar
de aguas turquesas o en el vapor de hielo de una cerveza a las dos de la
tarde, esperando el momento oportuno para manifestarse.
Ese silencio profundo que sigue a las reflexiones que tantas personas han
compartido conmigo durante todos estos meses es como el despertar, como
el descifrar la gran intuición que habita en el interior de nuestras almas.
Parece como si todas esas personas me dijeran: «De algún modo lo sabía.
Algo me lo estaba diciendo en mi interior y ahora el presentimiento se ha
cumplido. Y ya sé cómo llamarlo. Ya conozco el nombre de este dios
invisible que nunca se había marchado y al que percibía en mi
subconsciente. Su nombre es GUERRA».
LA NORMALIDAD ES LA GUERRA
A principios de 1961, el presidente estadounidense John F. Kennedy dio a
conocer públicamente su decisión de poner fin a la Guerra Fría. Su
determinación le llevó a crear un grupo de expertos que analizara la
posibilidad y el método para impulsar un mundo de paz permanente. El
grave problema y el gran error del proyecto fue que la operación estuvo
coordinada por tres enemigos de Kennedy —infiltrados por el establishment
en su Administración— que no tenían intención alguna de encontrar
alternativas a la guerra. Eran Dean Rusk, miembro del Club Bilderberg [10]
y del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), que dejó la presidencia de la
Fundación Rockefeller cuando, en 1961, fue nombrado secretario de
Estado; McGeorge Bundy, perteneciente al Club Bilderberg, al CFR y a la
siniestra hermandad Skull and Bones, y el entonces secretario de Defensa
Robert McNamara, miembro también de Bilderberg.
Es decir, pertenecían a las tres sociedades secretas más poderosas del
país, pero Kennedy lo ignoraba. La delegación de expertos que comenzó a
trabajar en 1963 estaba integrada, además, por destacados economistas,
historiadores, sociólogos, científicos, un astrónomo y un industrial. Las
conclusiones de su estudio se recogieron en el «Informe Iron Montain»,
nombre que se le dio porque las reuniones más importantes se celebraron en
la sede de la Hudson Institution, en Nueva York, un laboratorio de consulta
del CFR planteado como refugio nuclear subterráneo y denominado Iron
Mountain.
Aunque era secreto, el contenido del informe se conoció públicamente en
1966, gracias a que uno de los quince componentes del grupo lo filtró a la
prensa. Como no podía ser de otro modo, los grandes medios de
comunicación norteamericanos lo silenciaron y solo la editorial The Dial
Pressse atrevió a publicarlo un año después [11] .
«Los chicos de Iron Mountain», como se autodenominaron, orientaron
sus estudios hacia la «conveniencia de la paz», pero concluyeron que «la
guerra no es un instrumento utilizado por las naciones para extender o
defender sus valores políticos o sus intereses económicos. Muy al contrario,
conforma en sí misma la base principal de la organización del sistema
social. La guerra es el método que ha gobernado la mayoría de las
sociedades humanas a lo largo de la historia, como sigue haciéndolo en la
actualidad».
Dicho de otro modo, la guerra es deseable y necesaria porque constituye
«la principal fuerza estructuradora» y es el «estabilizador económico
esencial de las sociedades modernas». Es decir, concluyeron que la guerra,
ya sea contra otros o contra la propia población, debe ser la norma.
A las élites les gusta la guerra y sus mentes codiciosas introducen el caos
y la destrucción como métodos para imponer su control.
VÍCTIMAS CON NOMBRES PROPIOS
El sábado pasado, Anna María, que no padecía ninguna
patología previa, acudió acompañada de su hermano Sergio a
recibir la primera dosis de la vacuna de AstraZeneca. El martes
por la mañana, después de cuatro días de vómitos y agotamiento,
falleció a causa de un paro cardiaco, según recoge el periódico
italiano Il Corriere della Sera. Por el momento, no existe
ninguna correlación entre la vacuna y el deceso… [12] .
Tras la aparición de esta noticia, el 4 de marzo de 2021, las respuestas y
los comentarios en mis redes se dispararon. Fueron muchos los que
quisieron exponer abiertamente sus sospechas y sus más profundos temores:
Muere de un paro cardíaco una profesora después
de vacunarse.
La Fiscalía ha solicitado que se realice la autopsia del cadáver
para desvincular la muerte de la vacunación.
Seis profesores de mi instituto han faltado ya por la vacuna, y cuentan que lo han pasado
realmente mal.
¡¡Las noticias que deben tapar!!
Todos mis profesores lo han pasado fatal después de ponerse la vacuna y uno de ellos me ha
dicho que, si pudiera retroceder el tiempo, no se la pondría. Se la ha puesto por si lo echan .
Está difícil demostrar a los dormidos lo contrario cuando el enemigo controla casi todo, pero el
que tenga ojos y mente abierta que vea.
EL PRESIDENTE DE CHILE
E l 16 de marzo de 2021, Sebastián Piñera, presidente de Chile, escribió lo
siguiente en su muro de Instagram [13] :
sebastianpinerae
YoMeVacuno
Superar los 5 millones de personas vacunadas es una razón más para sentirnos orgullosos de ser
chilenos.
Nada de esto sería posible sin los cientos o miles que estuvieron día y noche en cada rincón del
país. A ustedes: ¡MIL VECES GRACIAS!
Los invito a ver este vídeo que nos recuerda todo lo que vivimos este último año. Momentos
difíciles y muy dolorosos, pero también el comienzo de una luz de esperanza con la llegada de las
vacunas. Que esta luz de esperanza nos dé fuerza para seguir cuidándonos. La Pandemia no se ha
acabado. #YoMeVacuno .
Ante estas palabras, reflexiono: la mentira psicológica que alimenta esta
guerra es tan voluminosa que al ataque lo llaman salvar vidas.
RESISTIR ES VENCER
L a segunda semana de enero de 2021 recibí muchos mensajes de mis
lectores. Este llegó por Instagram desde Perú:
Es una locura. Acá cerraron las playas porque el virus veraneaba y abrieron centros
comerciales. Seguro que es un virus anticonsumista. Y nos ponen toque de queda porque el virus
contagia por horas.
Este desde Chile:
Está horrible todo acá. En invierno hicieron 20.000 PCR y ahora, en verano, 55.000. Con eso
lograron a la fuerza la segunda ola y nos encerraron a todos. Aquí está todo prohibido y la culpa es
del pueblo.
Me enviaba además una foto de la subsecretaria Katherine Martorell
quien, respecto al aumento de casos en Zapallar, afirmó lo siguiente: «Si
alguien se muere, ya saben a quién irles a preguntar».
Y este desde España:
Nos cuidan con tanto mimo y fervor que su responsabilidad los lleva a obligarnos a ponernos
mascarillas, a vacunarnos y a dejarnos sin trabajo. ¡Se nota tanto amor por parte del gobierno!
Declaran una falsa pandemia y culpan de las muertes a la población
porque lo que nos han prohibido es lo que llevamos haciendo desde hace
milenios: sociabilizar. Somos animales sociales a los que se nos ha
prohibido ser quienes somos.
Están tratando de atemorizarnos, de amedrentarnos, de presionarnos para
que nos arrodillemos ante el trono del Mal. Pero no tienen el poder
suficiente para lograrlo. La ley protege nuestros derechos. Solo pueden
asustarnos, pero no obligarnos. No les regalemos nuestra libertad. No
cedamos. Hay que aguantar el envite.
LOS NIÑOS Y LAS VACUNAS
E stos mensajes me llegaron desde Hispanoamérica:
A los niños que tienen un catarro los diagnostican como COVID. Ya van a por los niños y
necesitan hinchar las cifras para justificar su vacunación.
Me han llamado desde terrorista a egoísta. Ya he recibido tres mensajes para que me vacune. La
última, por si había cambiado de opinión. No he cambiado, al contrario, cada día estoy más
convencida.
¡¡¡Mucha fuerza y resistencia!!!
Desde el primer momento tuve claro que no sería partícipe de este experimento. No me voy a
vacunar. Y lo cierto es que cuanta más información me llega, más claro lo tengo. Están
experimentando con nosotros, y el que no lo vea es que tiene una venda en los ojos. No dejemos
que nos traten como cobayas. Se tardan años para poder sacar una vacuna segura y ahora, en
apenas un año, ya nos la quieren poner. Personas muy cercanas están teniendo problemas de salud
importantes después de haberse vacunado. Y ahora van a por los niños. ¡¡Despertemos!!
Es algo increíble, están engañando a nuestros familiares y amigos, y están siendo inyectados
como ratas de laboratorio. Qué pena. Su esperanza de vida se acortará.
Mi hermana, su marido y su hija dieron positivo, uno detrás de otro. Llevan desde el 26 de abril
de 2021 confinados, todos con síntomas muy leves. Mi sobrino de diez años dio dos veces
negativo y, tras dos semanas confinado, aislado en su habitación, he decidido traérmelo a casa para
que recupere algo de normalidad. Lleva con nosotros ocho días.
Ha asistido al colegio, ha hecho un examen a diario, él solo, porque se los había perdido. Pero
no le dejan acudir a entrenar. El club lo admite, pero los demás padres se niegan a llevar a sus
hijos si él va.
Tras una semana de tiras y aflojas, hoy nos hemos presentado… ¡Y lo han dejado solo en el
campo! Todos los padres fuera y los niños saludando a mi sobrino también desde fuera.
Finalmente, el entrenamiento se ha suspendido y el coordinador nos ha explicado que hasta que
mi hermana y mi cuñado no den negativo no acudirán a entrenar, porque los demás padres tienen
miedo de que mi sobrino contagie a sus hijos. Mi sobrino, el pobre, no entendía nada y me decía:
«Tita, si vivo contigo, voy al cole y soy negativo… ¿¿Por qué no me dejan entrenar??
¡¡¡Ha sido VERGONZOSO!!!
Por supuesto, emprenderemos las acciones necesarias. Con la federación de fútbol, con la
Fiscalía de menores, lo que haga falta.
Yo soy forense y me parece extraño que no se hagan autopsias clínicas. He buscado información
al respecto y parece que sí se hacen, pero no hay casi nada publicado al respecto. Aclaro que los
forenses solo hacemos los autopsias en muertes que no se consideran naturales ¿y las muertes por
COVID son consideradas «naturales»? Es decir, esas muertes no se judicializan y, por tanto, los
forenses no hacen autopsias de muertos por COVID-19.
He visto un vídeo en el que [después de vacunarse] se quedaba un imán en la zona de atrás del
cuello y también en la cabeza. Los demás son del brazo.
EMMANUEL MACRON ANUNCIA LA LLEGADA DE LA
BESTIA
ROULA KHALAF ( editora jefe de Financial Times [14] ): ¿Alguna vez imaginó que estaría en
una situación [gestión de la pandemia] en la que tendría que manejar una crisis como esta? ¿Y qué
cambia en usted como persona, pero también como presidente?
PRESIDENTE EMMANUEL MACRON: Al principio no había imaginado nada porque
siempre confié en el destino. Y, en el fondo, es lo más fácil. Pero luego tienes que estar disponible
para el destino. Yo estoy disponible para la acción. […] Creo que nuestra generación debe saber
que la bestia de los acontecimientos está aquí, ya ha llegado, ya sea actuando a través del
terrorismo, de esta gran pandemia, o de otros conflictos. Tienes que luchar contra ella cuando se le
ocurre algo profundamente inesperado, implacable. Tienes que hacerlo manteniéndote fiel a la
libertad, la democracia, sin ceder a nada más que a estar disponible para los acontecimientos y
para que suceda algo nuevo, eso es todo. Ese es el estado de mi mente. Listo para luchar.
¿La bestia de los acontecimientos? Singular expresión. En la exposición
de su relato, la mirada del presidente francés cambia y se vuelve
trascendente.
MACRON: Creo que estos momentos son los que nos permiten inventar, quizá, algo nuevo para
nuestra humanidad. […] Tengo ese estado de ánimo. Listo para luchar y para tratar de usar eso en
lo que creo y estar disponible para descubrir lo que parecía impensable. Hay que tener esta parte
de disponibilidad, incluso intelectual, y yo diría que también personal, sensible, para aceptar los
acontecimientos tal y como ocurren y no ponerlos en la categoría de lo inmediato, porque creo que
nuestra gente también los experimenta muy profundamente y todos los estamos viviendo así… De
modo que tenemos que aceptar que [los acontecimientos] nos cambian. Pero no podemos expresar
todo acerca de eso que está cambiando en nosotros.
Emmanuel Macron es un iniciado francmasón. ¿Acaso está hablando de
la Bestia del Apocalipsis 13?
En esta larga entrevista, Macron afirmó que había llegado el «momento
de la verdad» para la Unión Europea. Sus palabras fueron comentadas en
Twitter por el cofundador del grupo mediático Doctissimo, Laurent
Alexandre [15] :
El verdadero Emmanuel Macron, habitado por un impulso mesiánico y casi religioso. Este
vídeo es fascinante. ¿Cómo no tomarse a sí mismo por un semidiós cuando ha masacrado a toda la
clase política francesa en seis meses?
Pero el semidiós alcanzó el Olimpo con la ayuda de sus padrinos
Rockefeller y Rothschild.
En el documental La stratégie du Météore [16] (La estrategia del
meteorito) se oyen frases como estas:
PIERRE HUREL ( director del documental): ¿Está usted en una misión?
MACRON :Sí, así es como lo vivo. Desde que entré en el campo político, lo vivo como una
misión.
Y un poco más adelante:
MACRON: Es decir, básicamente, se trata de cambiar las cosas en el sentido que creo que son
útiles. Y en un país que tiene una energía considerable. […] Lo que estoy haciendo, para mí, es
una forma de emancipación colectiva de una parte de la sociedad. Querías encerrarme en un rol,
en un lugar, porque eso te convenía, porque querías seguir manejando tus pequeños asuntos. No
será así.
HUREL : ¿Existe en todo esto una dimensión espiritual?
MACRON : Hay una. En todo caso, la convicción de que hay una trascendencia, sí. Algo que
sobresale, que te supera. Quién vino antes que tú y quién se quedará [17] .
LA VERDAD AL DESNUDO
El loco
Me preguntáis cómo me volví loco.
Así sucedió: Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de
un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras —
sí; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en
siete vidas distintas—; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente,
gritando: ¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones! Hombres y mujeres se
reían de mí y, al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a
refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven,
de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó: ¡Miren! ¡Es un loco! Alcé
la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo
rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y
como si fuera presa de un trance, grité: ¡Benditos! ¡Benditos sean los
ladrones que me robaron mis máscaras! Así fue como me convertí en un
loco. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la
soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos
comprenden esclavizan una parte de nuestro ser. Pero no dejéis que me
enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado
está a salvo de otro ladrón.
GIBRÁN KHALIL GIBRÁN, El profeta [18]
INVITANDO A PENSAR
Esperando a los bárbaros
—¿Qué esperamos congregados en la plaza?
Es a los bárbaros, que llegan hoy.
—¿Por qué esta tan ocioso el Senado?
¿Por qué están ahí los senadores, sentados y sin legislar?
Porque los bárbaros llegarán hoy.
—¿Qué leyes han de dictar los senadores?
Cuando lleguen los bárbaros, ya legislarán ellos.
—¿Por qué madrugó tanto nuestro emperador
y en su trono, a la puerta principal de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera a su líder para
darle la bienvenida. Incluso preparó,
como regalo, un pergamino. En él
hay escritos muchos títulos y dignidades.
—¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores salieron
hoy con sus rojas togas bordadas;
por qué llevan los brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas brillantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro espléndidamente labrados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y estas cosas deslumbran a los bárbaros.
—¿Por qué no vienen, como siempre, los ilustres oradores
a pronunciar sus discursos y a expresar sus razones?
Porque los bárbaros llegarán hoy y
a ellos les molestan las retóricas y las arengas.
—¿Por qué, de pronto, este desconcierto
y esta confusión? (¡Qué serios se han vuelto los rostros!)
¿Por qué se vacían a prisa las calles y las plazas
y todos regresan a casa compungidos?
Porque se hace de noche y los bárbaros no han llegado.
Algunos que han venido de las fronteras
afirman que los bárbaros no existen.
—¿Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
CONSTANTINO CAVAFIS
SEGUNDA PARTE
GUERRA PSICOLÓGICA
Mali sunt humines, qui bonis dicunt male [19] .
PLAUTO , Bacchide
1
ATAQUE A LA PSIQUE
Nuestro objetivo no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más
sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos, que el mundo crea
la verdad. […] A los medios que vamos a emplear para extender esta verdad se le suele llamar
«guerra psicológica». No se asusten del término […]. La guerra psicológica es la lucha por ganar
las mentes y las voluntades de los hombres.
DWIGHT D. EISENHOWER
« LA PRÓXIMA CATÁSTROFE»
Cuando comenzaron a difundir por los canales de televisión de todo el
planeta las imágenes de caos en los hospitales chinos y de los sanitarios
orientales vestidos con una especie de traje espacial, enseguida comprendí
que estábamos en guerra, una guerra que incluía un potente armamento
psicológico que se detonaba contra la población. Tras la declaración oficial
de «pandemia» de la OMS, los Gobiernos aliados impusieron el
confinamiento y el toque de queda. Pronto las calles quedaron desiertas y la
Policía comenzó a perseguirnos cuando salíamos a comprar el pan. Jamás
olvidaré aquel día de mediados de marzo de 2020 en el que mi marido y yo
tuvimos que separarnos cuando percibimos que un coche de la Policía nos
acechaba por la espalda.
—Perdonen, ¿van ustedes juntos? —nos increpó el agente, autoritario, tras
detenerse a nuestra altura y cortarnos el paso.
—No, no… No conozco a este señor —dije señalando a mi marido en una
clara muestra de instinto defensivo.
—Bien, pues sepárense, caminan demasiado juntos. Está prohibido.
Llegué a casa con una sensación de náusea y pasé toda la tarde intentando
comprender. Había contemplado la ciudad ausente y vacía. Nadie se
asomaba al balcón, pues aún no había comenzado la liturgia de aplaudir a las
ocho de la tarde.
Algo extraordinario estaba ocurriendo, pero la falta de información veraz
era más que evidente. Cuando nos permitieron salir a la calle —por franjas
de edad—, nos ordenaron que nos tapásemos la cara y ocultásemos nuestra
sonrisa y otros gestos cotidianos tras una mascarilla. No se conformaban con
cortarnos el paso; nos cortaban el libre acceso al oxígeno. Parecía una
película de ciencia ficción, terrorífica, intensa y angustiosa. Pero era una
guerra: biológica, sentimental, de violencia fratricida, psicológica y
económica. Mis abuelos eran niños y adolescentes cuando estalló la Guerra
Civil española. A nosotros nos ha tocado vivir la Tercera Guerra Mundial.
Desde hace milenios, la guerra es una costumbre social, una institución,
casi un derecho consuetudinario cuando se la califica de «guerra justa»,
concepto que alude al derecho de todo pueblo a defenderse de un invasor.
Pero su sentido y su significado han sufrido una inversión artificial. Los que
quieren lograr determinados objetivos recurren a ella y a su violencia. Se
hace la guerra para conquistar territorios. Y el territorio actual que los
tiranos quieren poseer es el de las voluntades. Para colonizar las voluntades
hay que desarrollar una guerra totalitaria contra la psique. Esta se ha
convertido en el botín esencial de los atacantes.
A lo largo de este último año he recibido miles de mensajes de lectores en
los que me hablaban de su preocupación ante la guerra y, mientras los leía y
reflexionaba, comencé a observar detenidamente el comportamiento de las
personas. Lo que más me impactó fue la falta de crítica y la obediencia
ciega, y comprendí que se debían, sobre todo, al miedo y a la elección de un
papel concreto, de un rol, en este siniestro simulacro.
Con la pandemia llegaron el miedo y la dictadura.Nuestro modo de vida
fue prohibido y muchos aún no se han dado cuenta del para qué de esta
prohibición. Al invocar el concepto de «la mayor crisis que ha sufrido el
mundo en los últimos cien años», una gran parte de la población ha perdido
la capacidad de preguntarse. El dios de la «Nueva Normalidad» es el dios de
la guerra contra nuestras costumbres y nuestras relaciones sociales, una
guerra invisible que solo los más sagaces son capaces de ver. Una guerra
sutil en la que se disparan imágenes y palabras a diestro y siniestro para
convencer, condicionar y someter a aquellos que creen que están siendo
informados.
Pero hagamos memoria… En su número de marzo de 2020, la revista The
Economist, el «órgano financiero de la aristocracia financiera», según Karl
Marx, publicó una inquietante portada donde una mano gigante sujeta con
una cadena a un pequeño hombre, como si lo sacara a pasear y a hacer sus
necesidades. Lo mismo que él hace con el perro que sostiene de otra correa.
Sobre sus cabezas, un contundente titular: «Everything is under control»
(«Todo está bajo control»). El subtítulo no era menos agresivo: «Big
gobernment, liberty and the virus» («Gran gobierno, libertad y virus»). Tan
solo tres meses después, en su número de junio de 2020, el mismo
mediovolvía a las andadas con una portada igualmente provocadora
«The
next catastrophe» («La próxima catástrofe»)
En plena pandemia los amos del mundo de nuevo disparaban miedo,
provocaban terror ante un ataque inminente que el editorial calificaba de
«catástrofe». ¿Qué arma bélica activarían? El dibujo mostraba varias
opciones: un virus porcino, la explosión del Sol, un meteorito que impactaría
contra la Tierra, nuevos virus y el cambio climático (la explosión de un
volcán y los glaciares derretidos), además de la siempre acechante bomba
nuclear.
Pero, en mi opinión, el elemento más inquietante de la imagen es el niño,
el único que lleva puesto un casco de soldado. Sus padres parecen estar
cómodos con la situación, sentados en el sofá delante de un objeto intuido: la
televisión. Se muestran despreocupados, distraídos, porque se sienten
protegidos por esa máscara de gas de la época de la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, el niño aparece distante…
La portada es un claro y definitivo relato de guerra. En realidad, de dos
tipos de guerra. La primera, representada por el matrimonio, es una guerra
cómoda que puede ser vivida y contemplada desde el salón de casa, sin salir
a la calle. La televisión crea el psicoescenario de la guerra pandémica. Pero
la segunda… Esta es la guerra que se aproxima, la «próxima catástrofe»,
encarnada por el niño, que tendrá que utilizar las armas clásicas y salir al
campo de batalla.
Además, dos mensajes subliminales me causan desasosiego. El primero se
refiere a los ojos del pequeño —uno mirando hacia arriba y el otro hacia
abajo—, que insinúan que ha perdido el centro, la armonía, el equilibro. Su
mirada transmite la locura que atrapó a los jóvenes soldados en los campos
de batalla de las dos guerras mundiales del siglo pasado. Es un niño que
sufre neurosis de guerra.
El segundo mensaje que me inquieta es el pie de la madre, que, de forma
aparentemente casual y sibilina, como quien no quiere la cosa, se posa sobre
el pie izquierdo de su hijo. Ella es quien está lanzando al abismo a su
pequeño al mismo tiempo que lo ignora; no le importa en absoluto su
destino. Resulta escalofriante. ¿Por qué actúa de ese modo? Porque para ella
lo único que importa es la supervivencia de su forma de vida: la comodidad,
una existencia sin preocupaciones y siempre amenizada con el circo de la
televisión. Una vida de privilegio.
Como la diosa Hera en su versión más belicosa y egoísta, caprichosa y
definidora de destinos, elige su seguridad y, a cambio, está dispuesta a
sacrificar a la siguiente generación. Su pie derecho —fuerte, determinante—
oprime el izquierdo del niño, que es el lado del corazón y del alma. El amor
más fuerte, el de una madre hacia su hijo, pierde su valor en esta historia. La
madre mata a su vástago, lo sacrifica a cambio de su estatus material,
simbolizada por el cómodo salón de su casa.
UNA PANDEMIA PSÍQUICA
En julio de 2020, tras meses —y años— de investigación en medio del
desconcierto generalizado, salió a la luz La verdad de la pandemia, donde
expuse el marco histórico que había hecho posible la guerra invisible que
estamos viviendo. Me propuse exponer los mecanismos de control de los
poderosos plutócratas y desenmascarar las despiadadas estrategias que ya
venían usando desde el final de la Primera Guerra Mundial. Consideré que,
sin el contexto histórico que demostraba una manipulación bélica continuada
en el tiempo, sería imposible entender la dimensión del complejo fenómeno
en el que estábamos inmersos, ese que el Poder —con mayúsculas— había
denominado pandemia . Después de tantos años estudiando y analizando el
mundo actual —la globalización—, para mí, el contexto estaba claro y no
era otro que la guerra. Una guerra encubierta, discreta, de vanguardia, cuyo
objetivo es el control del planeta —de todos nosotros— por un pequeño
puñado de tiranos. Pretenden someternos sin que nos demos cuenta. Es más,
incluso persiguen que aprobemos sus planes. ¿Cómo es posible que estén
actuando sobre nuestra voluntad, que la estén forzando y que tantas personas
lo estén aceptando? ¿Cómo es posible que tantos mujeres y hombres se
hayan convertido en cómplices de semejante infamia?
Las respuestas a estas preguntas —nos guste o no, lo asumamos en mayor
o menor medida— tienen que ver con la principal arma de esta guerra
ultramoderna. Me refiero al uso de la sugestión, una herramienta
enormemente poderosa e infalible cuyos límites únicamente los ponen
quienes tienen y ejercen el poder, sea este social, político, cultural o
económico. ¿Y con qué meta han diseñado esta arma «pacífica»? Con la de
anular nuestra voluntad.
Estamos presenciando algo insólito. Una población de 7.800 millones de
personas está siendo sugestionada para aceptar y asumir un mensaje sin
replicar, para adaptarse a la nueva normalidad de una civilización totalitaria
sin oponer resistencia, sin defenderse. La pandemia de la COVID-19 ha sido
—y sigue siendo— psíquica y, para ganar esta guerra, los medios de
comunicación desempeñan un papel clave: el de cómplices imprescindibles
para producir y consolidar el encantamiento, el engaño, el ataque. Sin ellos
no es posible someter a la población.
Los mensajes emitidos por los medios han fijado una serie de imágenes en
nuestras mentes con las que se ha construido un mundo que parece real pero
no lo es. Es un universo ficticio. Es un «psicoescenario»:
Vamos a morir todos.
Vas a matar a tu abuelo. Eres un asesino de abuelos.
Vas a contagiarte en un bar.
Vas a contagiarte si das abrazos.
Vas a morir si no te vacunas…
Si tu amigo no se vacuna, te matará.
Todos estos supuestos han sido sugeridos e impresos en la mente
emocional de los receptores mediante la repetición constante de imágenes y
discursos terroríficos. Todas estas posibilidades y falacias siguen siendo
asumidas, asimiladas y aceptadas como un dogma religioso, como el decreto
incuestionable de una diosa a la que nadie ha visto jamás. Como una
revelación comunicada a través de sus profetas y mesías en una tarde de
epifanías luminosas, nos obligan a repetirlas como un mantra. Este
encantamiento, al que llamo psicoescenario, queda fijado en las almas, tal y
como se imprimían los mensajes con la imprenta de tipos móviles inventada
por Gutenberg a finales del siglo XVI . Es esa impresión la que anula la
voluntad, pues es sustituida por el miedo o por la necesidad de adecuarse al
nuevo escenario, a la dinámica del grupo, para no desentonar.
Veamos algunos de los mensajes transmitidos por la Autoridad (OMS,
ONU, Bill Gates, médicos y periodistas oficialistas, gobernantes y políticos)
y refutados por científicos libres de intereses de la industria farmacéutica y
de la financiación de los «megafondos» filantrópicos:
La COVID-19 se detecta con un test PCR.
Los ancianos mueren por COVID-19.
La mascarilla te salva del virus.
Se trata de un virus del murciélago que saltó a los hombres.
La vacuna nos salvará.
La vacuna no nos salvará.
El test anal es mejor que la PCR nasal.
El test de antígenos no detecta el virus.
La vacuna nos protege a todos.
La vacuna no protege a los ancianos.
Las personas que han tenido el virus son inmunes.
Las personas que han tenido el virus pueden igualmente contagiarse
y contagiar.
Puedes morir aunque te vacunes.
Los asintomáticos son los más peligrosos.
¿A qué atenerse? En realidad, tú te has «imaginado» —has querido creer,
te has autosugestionado— que todos esos mensajes eran ciertos, cuando solo
se trataba del producto fantasioso creado por la habilidad de los «magos».
Unos magos investidos con el manto de la Verdad y de la Autoridad para
doblegar tu voluntad, para conseguir transformarla en un líquido leve y
acuoso que escapa entre los dedos de tus inermes manos, en una niebla a ras
de suelo, sin sostén e insustancial, unas gotas diminutas de agua ya
imperceptibles, suspendidas en una corriente de aire frío a expensas del dios
del viento, cuya única arma es la mentira.
¿Cómo escapar a este impresionante embrujo? Solo hay un modo de
hacerlo: conociendo los trucos del hechicero. De ahí la importancia de
adelantarse a lo que está por venir, de conocer al enemigo, sus tácticas, sus
métodos y sus objetivos, y averiguar cuál es la verdad de lo que está
sucediendo.
LA PSIQUE Y EL ALMA HUMANA
Solo tratamos de llenar la memoria
y dejamos vacíos el entendimiento y la conciencia.
MICHEL DE MONTAIGNE
Pero comencemos por el principio. Alcanzado ese punto de comprensión
acerca de los manipuladores de la realidad que reconozco en mis
cualificados lectores, llamar «guerra psicológica» a lo que estamos viviendo
es quedarnos cortos, porque la ofensiva es mucho más amplia y ambiciosa.
Es una guerra total contra la psique, un complejo concepto procedente de la
cosmovisión antigua.
El latín psyché, del griego Ψυχή , designa al «alma humana». Es la fuerza
vital de la persona que, según la concebían en la Antigüedad, se mantenía
unida al cuerpo en vida para desligarse de este tras su muerte.
Etimológicamente, el verbo griego psycho —ψύχω — significa «soplar».
De él procede el sustantivo psyché, Ψυχή , que alude al soplo, hálito o
aliento de vida [20] que en los textos antiguos de la Creación era insuflado
por la diosa Madre. Es decir, el concepto de psyché, o Vida, es atávico,
anterior a las civilizaciones grecolatinas.
La Torá hebrea también se refiere a este soplo divino de la psyché cuando
dice:
Formó Eloim [Yavé] al hombre de la arcilla de la Tierra y le sopló en su nariz neshamah [alma
superior de vida] y el hombre se convirtió en una nephesh [alma] viviente (Torá 2, 7).
El término hebreo נפש) nephesh) significa «alma». Este texto del Génesis
no dice que al barro de Adán se le dio una nephesh, sino que Adán se
convirtió en un alma: una nephesh .
El alma humana, por tanto, soy yo. Y mi alma integra otros elementos,
como mi intelecto, mi mente, mi cuerpo, mis emociones, mis miedos, mis
pasiones y mi creatividad. Es la sede de mi voluntad, el Alto Estrado de mis
sentimientos, de mis amores y mis odios, de mis iras y templanzas. Por
tanto, si esta guerra se dirige contra mí, no es únicamente una guerra
psicológica o mental, sino que se desarrolla en un campo de batalla más
amplio. Es una guerra contra mi alma, contra mi ser interior y más profundo,
contra mis laberintos y mis iluminaciones, contra mi obnubilación y mi
entendimiento. Contra mi identidad. Así pues, si quiero evitar que las armas
invisibles y silenciosas me aniquilen, he de saber que no solo están atacando
mi capacidad racional, sino todo mi ser, toda mi alma, que es el arma más
poderosa que poseo y la única con la que puedo defenderme. Quieren
impedir que yo me conozca, que comprenda quién soy y cuáles son las
armas de las que dispongo.
Pero ¿por qué ellos la conocen —o creen conocerla— mejor que yo
misma? Porque llevan décadas analizándola para destruirla.
Por experiencia sé que el alma es tanto más poderosa cuanto más cerca
está de su fuente original, de esa Gran Alma que tanto intriga a los modernos
físicos cuánticos, a los manipuladores del espíritu y a los francotiradores del
Big Data, que te preguntan qué piensas, qué sientes y te castigan si no
piensas y sientes correctamente . No es casual que Facebook te pregunte
«¿Qué estás pensando?» y te ofrezca varias emociones como reacción.
Todos ellos son cazadores de almas.
La Belleza, la Verdad y el Bien
Cuando el alma está en equilibrio y armonía, integrada en el entorno, te
sientes en paz y puedes desarrollarte como persona con tu trabajo, tus
amigos, tu familia, tus viajes, con el conocimiento que vas adquiriendo…
Pero si el entorno se vuelve hostil y no cesa de instigarte, de atacarte, de
ofenderte —seas o no consciente de ello—, tu alma es «cazada» por la
confusión y el desconcierto, se distorsiona y enferma. Esa disonancia
contraria a la armonía te incapacita para desarrollarte como ser viviente. La
tristeza, la fealdad, la amoralidad y la subyugación del psicoentorno
construido artificialmente perturban tu alma. Por tanto, es en estos campos
donde los atacantes intensifican su ofensiva. Y lo hacen de forma silente,
invisible, presentando como «acto de libertad» cualquier tipo de desviación
de la belleza.
Las mascarillas no te permiten ver la belleza de las expresiones de los
demás. Solo puedes percibir la tristeza inerme en los ojos sobre los bozales.
«Ahora soy plenamente yo», afirma la actriz canadiense Ellen Page,
conocida por la película Juno, en la portada de Time [21] . Asegura que
ahora se auto-percibe como varón y que se llama Elliot Page, porque eso es
lo que siente . En esta guerra contra el alma, disfrazada de revolución
identitaria, la biología ya no es un elemento referencial. Las tesis globalistas
afirman que el fundamento de la identidad personal son sus sentimientos. Y
si atacas o simplemente cuestionas los sentimientos del otro, te acusarán de
delito de odio. La revista Time es una de las grandes armas de la revolución
identitaria en esta guerra. Tras perturbar tu armonía espiritual y provocarte
un gran malestar con su ingeniería social mediática, te ofrecen este modelo
transhumanista como solución a tus ansiedades y desasosiegos interiores.
Pero si el problema está en el interior, no cesará porque se produzca un
cambio exterior. El cambio de cuerpo no apaciguará el alma. Y los mensajes
angustiantes persistirán: «Tienes que ser más alta, más guapa, más lista, más
rica, más solidaria, más tolerante…». El lavado de cerebro no cesa jamás.
Frente a la ofensiva bélica de la fealdad…. CONTINÚA…..
………… Recomiendo Leer el libro completo
FIN